Día de San Valentín: Holanda y el amor

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Se acerca San Valentín y el ritmo de los corazones se acelera. La economía no da tregua, es cierto, pero lo bueno de este santo es que sus poderes funcionan, sin excesivo gasto. En principio, amar todavía es gratis (ejem), aunque casi siempre nos salga bastante caro, andando el tiempo, en la delicada economía de nuestros afectos.

En fin. Holanda es un destino ideal para disfrutar del amor y no nos referimos (o no sólo) a cierto barrio de Ámsterdam. Además, este año hay una eventualidad que magnifica la fecha: la coincidencia con el comienzo de los carnavales. La fiesta que marca el principio del fin (todavía un poquito lejano) de la monotonía invernal tiene, como bien saben nuestros lectores, un sabor especial en los Países Bajos.

Y bien, preguntaréis, ¿por qué Holanda se convierte en un escenario inmejorable para entregarse a los (sutiles y no tanto) afanes del amor? El amor moderno, al cabo, parece un invento francés, por no decir parisino. Pero precisamente lo del amor gratis en París es, cuando menos, complicado. Cada ciudad tiene sus propias exigencias y, en París, una de ellas es la de rascarse los bolsillos. Claro que todos fuimos algún día Rimbaud en la capital francesa pero, como Rimbaud mismo, ya pasaron los días en que nuestra amante nos invitaba a absenta…

Dejemos los árboles de las elucubraciones personales que nos están impidiendo ver el bosque de nuestro propósito actual. Decíamos que Holanda y el amor. Pues acaso la razón haya que buscarla en sus pequeñas ciudades tan amables como históricas, llenas de público encanto no menos que de esquinas íntimas, donde el follaje verde de los árboles se refleja en el azul oscuro de los canales.

O acaso sean las apaciguadoras vistas cuando los ojos cansados de quien habita las ciudades del sur se posan en las formas arquitectónicas, donde se revela un educado respeto por el pasado (si lo merece), o el cuidado exquisito de parques y jardines, por mucho que las malas lenguas bífidas hablen de contubernios y holocaustos de concupiscencia, a lo Sodoma y Gomorra, cuando el municipal no mira.

O será simplemente que las personas se sienten personas y no energúmenos, porque una cosa es caminar por las calles bajo la desafinada orquesta de la ciudad mediterránea, con el no va más de las serenatas que cada madrugada regalan, durante horas y horas, los servicios de limpieza, y otra muy distinta es tener que imaginarse los ruidos. Claro que alguna faceta de nuestra personalidad escindida musitará lo de «¡qué aburrimiento!», pero, fíjense que hoy estamos por gritar un «¡viva la tibieza!» si tal significa que a las 3 de la mañana no tengas que saltar de la cama en plena efervescencia.

Apenas hemos dado nombres, lugares, referencias. A veces basta con pintar un cuadro, describir una atmósfera. Qué duda cabe de que Ámsterdam está magnífica en San Valentín, o que romántico también resulta una travesía por las aguas de Róterdam, con gratos servicios de watertaxi por doquier. En todo caso, merece la pena… que no es tal, sino un placer.

Foto vía: fotolog

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