Maastricht…jesús!, historieta y retrato de una ciudad
En 1992 se firmó en la ciudad de Maastricht un Tratado por el que el gusano meramente mercantil y crematístico de la Comunidad Económica Europea decidía convertirse en la mariposa política de la UE. Más o menos. A nosotros la noticia nos cogía un poco fuera de esta onda. O no tanto. Éramos niños y nos limitábamos a leer los cómics de Mortadelo y Filemón (¿qué pasa con los querubines de hoy, ya nos gustan de un sabroso Mortadelo?).
El caso es que Ibáñez solía buscar sus temas en lo que se ha dado en llamar la ‘rabiosa actualidad’. Así, también nosotros supimos de una ciudad holandesa llamada Maastricht…jesús!, como se titulaba, si es que no nos engaña la memoria, una de las aventuras de entonces de los dos inigualables agentes de la TIA.
No muchos años después, avatares del destino, visitamos (mas bien fuimos llevamos a) la ciudad. Ya no éramos niños, sino adolescentes. A esa edad, a veces, uno no está para apreciar ciertas cosas, sino que más bien sigue el hilo embrollado de la psicología humana en ebullición. Por ello, qué poco es lo que recordamos de aquella visita. Apenas imágenes nada claras que, además, sospechamos pertenezcan a otras urbes.
Ahora bien, recordamos perfectamente un curiosa impresión. Por algún motivo, hacíamos de Maastricht sinónimo de ciudad de funcionarios, gris, moderna. Increíble desatino. Maastricht, seguramente todos nuestros lectores ya lo saben, es justo lo contrario. Presume incluso de ser la ciudad más antigua (que no vieja, da gusto lo bien conservada que se encuentra) de Holanda.
Está en el extremo sur, escorado al este, del país. Es la capital de la provincia de Limburg. Su nombre se lo debe al río Maas (o Mosa). Tan esquinada y excéntrica que se la considera también la ciudad menos holandesa de Holanda. Tiene un punto, si esto no suena a oxímoron ininteligible, de urbe continental-mediterránea. Sandeces.
Es hermosa, muy hermosa. Como decíamos, muy antigua, noble, señorial. Con restos romanos, con puentes inmemoriales, con lindos canales, con agitada vida urbana en las calles peatonales…aquello del Haarlem de Protágoras vale mil veces para Maastricht, ciudad de 120000 almas.
La plaza Vrijthof es el punto neurálgico. Por allí se hallan la basílica levantada sobre la tumba de San Servasio, todo un símbolo de Maastricht. También la iglesia de San Juan, gótica, con una torre de casi 80 metros de altura. Pero hay más templos religiosos en la ciudad, y todos merecen la pena.
El sibarita o simple aficionada al arte no se aburre en Maastricht, que cuenta con centenares de puntos calientes (y no nos referimos a ningún barrio de limpios escaparates y más limpias meretrices). Hay palacios, mansiones, edificios llenos de historia…y museos, como no podía ser menos en Holanda, con el Bonnefanten a la cabeza.
Tampoco es baladí la vida nocturna, con sus pubs, discotecas, hasta hay, para quien o prefiera, un casino. Y si todo ello no nos conmueve, todavía existe una última y diferente oportunidad: visitar el cercano laberinto de Drielandenpunt.

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Acabo de encontrar este articulo, por casualidad, ya que estoy leyendo justo en este momento esa historieta. y bueno, tienes razon, mas o menos tenia esa vision de la ciudad.
saludos de un joven lector del mortadelo.