El asedio y rendición de Breda

La Rendicion de Breda de Velazquez

Europa se desangraba acuciada por un lado, por la Guerra de Flandes de los Ochenta Años que enfrentaba al Imperio español con las Provincias Unidas y, por otro, por la Guerra de los Treinta Años en la que se jugaban los intereses políticos de los principales estados que conformaban el mapa geográfico europeo del momento.

Tras doce años de tregua, en aquel año de 1621 se reanudaba la Guerra de Flandes. Habían sido doce años de paz y tranquilidad para las denostadas arcas españolas, pero también de progreso y reconocimiento para las provincias del norte de los Países Bajos. Tras la paz de Amberes de 1609, Holanda, Zelanda, Utrecht, Frisia, Groninga, Overijssel y Gueldres fueron reconocidas oficialmente como independientes. Sin embargo, y tras el enjuiciamiento y ejecución de Van Oldenvarnebelt en el año 1619, uno de los principales artífices y defensores de aquella tregua, las posiciones se volvieron irreconciliables, por lo que a pesar de las conversaciones mantenidas entre ambos gobiernos la renovación de aquella tregua fue imposible, volviendo así los territorios flamencos al imperio español.

Apenas tres años después del fin de la tregua comenzaba el asedio a la ciudad holandesa de Breda.

Fuertemente fortificada y defendida, la victoria española no parecía en absoluto clara. Justino de Nassau, gobernador de la ciudad, contaba para su defensa con 8.000 soldados, la gran mayoría mercenarios llegados de Inglaterra, Escocia, Valonia y Francia. La ciudad, amurallada, tenía quince bastiones y gruesos muros cubiertos por una espesa pared de tierra que amortiguaba los impactos de las armas españolas. Sobre los muros se apostaban soldados con mosquetes, mientras que sobre los bastiones se emplazaban los cañones. A su alrededor un foso lleno de agua suponía la primera defensa de la ciudad.

Enfrente se situaban 38.000 soldados españoles, dirigidos por el genovés Antonio de Spínola, quien decidió, frente al sistema de fortificación abaluartado de Breda, emplear la misma estrategia que tan buenos resultados diera a Alejandro Farnesio pocos años antes en la toma de Amberes: el asedio total.

Este asedio implicaba cortar todas las líneas de suministro de la ciudad así como evitar la evacuación de heridos o fallecidos, con la intención de propagar las enfermedades intramuros.

No obstante, Justino de Nassau guardaba la esperanza de verse apoyado por las tropas de Mauricio de Nassau, situadas en las cercanías. La idea era que éste atacara Amberes para arrebatársela de nuevo a los españoles y que éstos hubiesen de levantar el cerco a Breda para defender la ciudad belga.

Desgraciadamente no sólo falló el intento sino que el propio Mauricio perdió la vida poco después, el 23 de abril de 1625.

Mientras tanto, el cerco sobre la ciudad se había ido estrechando. Habían pasado ya ocho meses de privaciones y penurias y los españoles habían levantado hasta tres círculos concéntricos en forma de barricadas con trincheras y fosos.

Con la batalla decantada hacia el lado español, Justino intentó una última y desesperada acción: envió desde la ciudad un contingente de 6.000 soldados para atacar en la parte más débil del ataque español, en la zona baja del rio Merck, defendida por un grupo de italianos que comandaba Paolo Baglioni, posición, por ende, cercana a las tropas de Mauricio de Nassau que ahora dirigía su hermano Federico Enrique.

Amparados en una noche tormentosa la victoria estuvo a punto de caer del lado holandés, pero los italianos, con las posiciones ya perdidas, tuvieron tiempo para dar la voz de alarma y avisar a la infantería española. Habían agotado así su último cartucho y mientras Federico Enrique se retiraba con sus soldados, los de Justino habían de regresar tras las murallas.

Poco tiempo más duró su resistencia. El 3 de junio de 1625, tras un asedio de once meses, Justino de Nassau capituló la ciudad.

Aquella secuencia de la rendición de Breda quedó inmortalizada gracias a los pinceles de Velázquez.

En los campos de Breda, el gobernador, Justino de Nassau, a la izquierda del lienzo, entregó la llave de la ciudad a Antonio de Spínola, a la derecha. Si bien la dureza de la batalla dejaba bien claros los efectos de tan cruentos meses, Velázquez dotó a sus figuras principales de un porte y señorío lejanos a la soberbia propia de los soldados victoriosos. En el cuadro, Spínola rehuía de humillar a su oponente con una actitud compasiva, resaltada por la cara inclinada, por su mirada clemente y la mano derecha apoyada sobre Justino. A su vez, el vencido mostraba su dignidad inclinándose levemente para entregar la llave.

Solo el fondo del cuadro revelaba la autenticidad de aquellos once meses de penuria: las brumas, los cielos embravecidos y las humaredas reflejaron los terrores de la guerra, enmarcando el verdadero motivo del lienzo, la entrega de las llaves y la consecuente rendición de Breda, en el centro. A su alrededor y tras los soldados españoles, las lanzas que dieron nombre popular al cuadro.

El asedio y toma de Breda fue realmente una de las últimas victorias españolas en la Guerra de Flandes. Poco a poco los tercios irían perdiendo presencia y apoyo de la Corona, e incluso la ciudad de Breda, largamente asediada, dejaría de estar bajo dominio español desde 1637.

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