Breve historia de Drenthe
La provincia de Drenthe se encuentra ubicada al norte de Holanda, su capital es la ciudad de Assen y aunque no contó con mucha población durante la mayor parte de su historia, en la actualidad posee doce municipios entre sus fronteras. Con una economía hasta hace poco basada exclusivamente en la agricultura, la llegada de la industrialización la ha convertido en sede de alguna que otra empresa, pero
Los primeros rastros de población en esta zona provienen de la prehistoria, concretamente de hace cerca de 150 mil años, y están entre los más antiguos que se han encontrado en los Países Bajos. Curiosamente, y en contra del hecho de la escasa población de la provincia durante la edad media, estas tierras fueron las más populosas hasta la llegada de la Edad de Bronce. Algunas construcciones de ésta época que aun permanecen en pie son los dólmenes, siendo patrimonio de Drenthre 53 de los 54 que se encuentran en los Países Bajos.
Las primeras menciones históricas a la ciudad las encontramos en en año 820, en un documento escrito por Enrique II y cuyo destinatario era el Obispo Adalbold II de Utrech. De hecho, Drenthre estuvo bajo el poder de la diócesis de Utrecht, hasta que en 1528, la provincia es cedida por el Obispo Enrique de Wittelsbach a Carlos V, quien anexionó el territorio a sus dominios en los Países Bajos. A pesar de formar parte integrante de la República de las 7 Provincias (fundada en el año 1581), Drenthe no contó con el reconocimiento como provincia hasta el año 1796, debido a la escasa riqueza que producía.
Como triste episodio de su historia, hay que decir que la ciudad de Hooghalen fue protagonista de terribles sucesos. En los tiempos previos a la II Guerra Mundial, se construyó en ésta ciudad un campo para acoger a los judíos alemanes que escapaban de la cada vez más revuelta Alemania. Tras la ocupación por parte de las tropas nazis, el campo que había servido de refugio a los judíos se convirtió en campo de concentración. Fue desde este campo, llamado Westerbork por los alemanes, desde donde Anna Fank tomó (triste e irónicamente) el último de los trenes con destino a los campos de exterminio.

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